Crítica: Modelo 77

En “Modelo 77”, el caso de un chico joven, encarcelado en Barcelona, es el pretexto del cineasta Alberto Rodríguez para trenzar los hilos de una película fuerte, en la que se reflejan todas las características de una sociedad que fue impuesta y permanecía arraigada, una sociedad que resulta fácilmente identificable en su dimensión más universal.

Son años de cambio, año 1977. En la cárcel Modelo de Barcelona ingresa Manuel (Miguel Herrán), un joven contable, encarcelado y pendiente de juicio por cometer un desfalco. Nadie sabe nada, nadie le da ninguna explicación pero al final le ponen de 10 a 20 años de castigo, un castigo totalmente desproporcionado. Pronto, se une a un grupo de presos comunes, apaleados y maltratados, que se están organizando para exigir una amnistía. No pueden más. Se inicia un levantamiento en la cárcel de Barcelona por la libertad, pronto serán más cárceles, más presos los que se sumen a la reivindicación, incluso piensan que están haciendo tambalearse el sistema penitenciario español…

La película, que está hecha con la bravura de una gran corriente de agua, rebosa emoción en cada uno de sus fotogramas. La imagen recorre la cárcel y las grandes miserias que allí sufren esos hombres fuertes que brillan por encima de todo.

Detrás de toda esa vorágine de pesadillas reales, late la fuerza visual de una película emocionante, ambiciosa y estructurada a nivel histórico porque su director quiere abonar el mundo de frente y revelar cara a cara una serie de reconcomios y escenarios que son la vida misma de entonces. En sus momentos cumbre, “Modelo 77” busca enmudecer al espectador, da la puesta de escena propicia, pero alcanza su verdadera grandeza cuando los actores pulsan la verdadera cuerda de la tensión, eso es de piel de gallina.

Alberto Rodríguez (Grupo 7,2012; La isla mínima, 2014) vuelve aquí tan grande como en obras anteriores, reformula el cine español devolviendo a la sala la sensación de placeres epidérmicos. Con guion de Rafael Cobos y el propio director Alberto Rodríguez, música de Julio de la Rosa y foto de Alex Catalán, todo su recorrido y su resultado final entretener, irritar y trascender con una verdad que nada oculta. De nuevo lo consigue.

El director acierta con este trasfondo político y social, haciendo reflexionar sin abusar de sensibilidades ni de idealismos, el pastel siempre asoma su guinda inevitable resaltando el efecto del conjunto si excepciones, un mecanismo de perfecta relojería. Un puñado de actores brillantes y creíbles. Un difícil equilibrio entre las buenas intenciones y la mala leche. La película interioriza un pasado cercano, una herencia endemoniada. “La película es la inteligencia con riesgos”…

En “Modelo 77”, la violencia progresa al tiempo que los personajes mudan la piel, piel que les crece al borde del alma descendiendo pura a esas vidas de zozobras, que se narran como en un espejo que se expande. Naturalidad, ritmo narrativo, fluidez apoyándose en sólidos cimientos.   

Del reparto, Miguel Herrán hace una peripecia trágica otorgándole un plus dramático ciertamente conseguido. Javier Gutiérrez es otro de los aciertos de la película refrescando la memoria, catapultando a su personaje, una vez más.  Los demás, Jesús Carroza, Fernando Tejero, Xavi Sáez, Catalina Sopelana, Polo Camino, Alfonso Lara, Javier Lago, Iñigo Aranburu, Iñigo de la Iglesia, Víctor Castilla, Javier Beltrán y algunos actores más son también buenísimos y nos dejan ver que la vida puede ser mucho menos alienada.

“Modelo 77”, un gozo entre tanto cine corriente e insustancial.

Crítica: Diecisiete

“Diecisiete” es la nueva película del director español Daniel Sánchez Arévalo, que se ha encargado también de su guion. El cineasta cuenta una historia, inquieto en su necesidad de reflejar sin filtros una realidad social, un retrato desprovisto de énfasis que levanta acta de la miserabilísima falsedad que cubre las vidas que contemplamos. Con “Diecisiete”, Sánchez Arévalo brilla por lo entrañable y escalofriante de la historia.

Nos presenta a Héctor (Biel Montoro), un chico de 17 años con muchos problemas, entre otros, su abuela está muy enferma y no tiene dinero ni medios para cuidarla. Pasan algunas cosas nada legales y esto le lleva a pasar dos años recluido en un centro de menores en medio de un terreno salvaje y apartado del mundo, marginado por los compañeros e incomprendido por culpa de su forma de ser. Hasta que un día participa en una terapia de reinserción con perros y acepta el ofrecimiento de la cuidadora lo que le lleva a establecer un vínculo indisoluble con uno de los perros. Por él será por quien, a pesar de que le quedan menos de dos meses para cumplir su internamiento, decide escaparse para dar inicio a una aventura en la que contará con su hermano Ismael (Nacho Sánchez) y Cuca (Lola Cordón), su abuela. Juntos inician un viaje en caravana. Un viaje de escape, de búsqueda y, sobre todo, de encuentro humano…

El fragmento de iniciación de “Diecisiete” es el prólogo de la historia principal y nos brinda las claves para entender que los elementos importantes en esta película no están muy lejos unos de otros, sino que están soldados entre sí en su deseo invertido de vida real o imaginable.

“Diecisiete” es la historia de dos hermanos, dos experiencias de vida en un mismo entorno social, Cantabria, que puede ser la de hoy mismo. Contada tanto desde el punto de vista social como desde la diferencia de edades y el tiempo, fragmentando una realidad en la que cada cual se queda con su propia idea. Una película dramática, crecida de comicidad y escenas llenas de insólita belleza de las tierras cántabras, no hay concesiones banas al sentimentalismo, ni olvida la lección de humanismo, el contraste entre la mente rebelde y la esperanzada, y la conjugación de la voz de las conciencias.

La verdad es que Daniel Sánchez Arévalo no innova pero es muy de agradecer que identifique  un mundo que nos puede parecer lejano pero que está ahí y el director se encarga de colocarlo frente a nuestros ojos. A medida que avanza la película, la cámara atrapa los rostros de los personajes para mostrar en primer plano sus debilidades, sus mecanismos de defensa, sus reacciones hostiles y su humanidad en estado puro…

Es por todo ello que llega el final y te deja una sonrisa de agradecimiento a una película entrañable.

En el reparto: Biel Montoro, con un papel muy complicado y bien trabajado; Nacho Sánchez, atrapado cabalmente en su personaje, un personaje enorme que interesa muchísimo. Lola Cordón, te eleva en su difícil tarea, un gran papel. Iñigo Aranburu, Itsaso Arana, Kándido Uranga, Carolina Clemente, Jorge Cabrera, Chani Martín y Mamen Duch, todos forman un brillante grupo que ha conseguido lo que quería. La música corre a cargo del cantante, guitarrista y compositor jerezano, Julio de la Rosa. La fotografía la trabaja el director de fotografía andorrano Sergi Vilanova.

En resumen, una sensible e inteligente película que no podemos dejar de ver.

Crítica: Handia

Los directores de cine vascos Jon Garaño y Aitor Arregi dirigen una historia inspirada en hechos reales, escrita por ellos mismos y los también cineastas José Mari Goenaga y Andoni de Carlos. Embarcados en un viaje en el tiempo nos muestran lugares donde vuelven a repetirse los sueños y la premura del amanecer, alfombrados de blanco o verde: “Handia”

Cuando comienza la película, después de una hermosa presentación de Euskadi, las imágenes envuelven algunos combates de la Primera Guerra Carlista, estamos aproximadamente en 1836 y la acción emocional nos lleva a un caserío de Altzo (Guipúzcoa). Allí vive Martín Eleizegi (Joseba Usabiaga), hermano mayor de Miguel Joaquín Eleizegi (Eneko Sagardoy ) e hijo de Antonio Eleizegi (Ramón Agirre). Martín, sin que nadie lo pueda impedir es reclutado por las fuerzas carlistas. Pasa la guerra y la vida en el caserío continúa pobremente, Martín tarda tres años en regresar con su hermano y con su padre y cuando decide volver descubre con sorpresa que su hermano menor es mucho más alto de lo normal. Convencido por un promotor de fiestas de que todo el mundo querrá pagar por ver al hombre más grande que existe, que no para de crecer, ambos hermanos se embarcan en un largo viaje por Europa en el que la ambición, el dinero y la fama cambiarán para siempre el destino de la familia.

“Handia” es un generoso, rico y aplicado drama, sin ser una propuesta novedosa funciona a la perfección. Responde al patrón del cine con encanto, el que aglutina lugares comunes con algo parecido a la fantasía. Escenarios de cuento, el caserío donde vive la familia protagonista, los paisajes, las gentes. Los directores saben sacarle partido: le otorgan una atmósfera espesa de sentimientos encontrados y exprimen su condición dramática en laberintos de posos por descubrir. Otra de las destrezas de “Handia” es la pericia y habilidad del guion para vincular con tanta precisión aquel pasado en este presente. Los hechos pueden estar más o menos ceñidos a la realidad pero la conexión de los personajes y el mundo antiguo hipnotiza. Lo más atractivo es la forma, esa elegancia y sus enmarcaciones.

En “Handia”, Miguel Joaquín Eleizegi, el gigante de Guipúzcoa tiene una gran solemnidad original  como definición de su microcosmos marginal, a la búsqueda siempre de contar, de decir, de explicar lo que siente. Está magníficamente filmado, respetando siempre al original. Los escenarios naturales hacen también más accesible los extensos espacios metafóricos que en la percepción final expresan la desorientación y el agotamiento. La precisión de encuadres, el ritmo, la solidez visual cuya imagen siempre funciona, la dimensión ambiental…

La música del compositor francés Pascal Gaigne es un privilegio para la película. La fotografía del director vasco, Javier Aguirre, perfecta.

Eneko Sagardoy defiende su personaje con actitud apasionada, lo caracteriza imprimiendo en su piel toda la inocencia, la conformidad y la incomprensión de la víctima. Excelente.  Joseba Usabiaga aporta a su personaje fuerza, arrogancia, mostrando a la perfección su frivolidad, sus contradicciones y, finalmente, el amor a su hermano. Ramón Agirre, impecable en su personaje. El resto del reparto, entre ellos Iñigo Aranburu, Aia Kruse y Iñigo Azpitarte, muy acertados.

Suscribo las palabras de Jon Garaño, Handía “encarna una reflexión sobre el modo en que el ser humano se ve abocado a cambios imparables”.