Crítica: Retrato de una mujer en llamas

La directora de cine francesa Céline Sciammaque escribe y dirige esta obra, nos brinda su trabajo cada ciclo más elaborado para plasmar en la pantalla la equidad de género. Los sentimientos priman en una película que recurre a todo lo que tiene a su alcance para adornar con buen gusto un tema tan universal: “Retrato de una mujer en llamas”.

Nos muestra a Marianne (Noémie Merlant) que es una pintora de cierto renombre que es llamada a al castillo de una adinerada familia para hacer un retrato muy importante. Es un castillo en la Bretaña del siglo XVIII, allá por el año 1770, donde la señora condesa (Valeria Golino), que es madre de Héloïse (Adèle Haenel), le encarga un retrato de su hija. Ha de enviárselo a un pretendiente rico de Milan, este hombre, fue novio de su otra hija recientemente fallecida. Héloïse, que salió del convento en el que estaba recluida para el funeral, según la condesa debe sustituir a su hermana en su magnífico matrimonio, pero la chica no quiere retratos ni casorios y Marianne deberá aparentar que es su señorita de compañía y pintar su imagen a escondidas. Cosa que ya veremos si se consigue…

Una de las virtudes de “Retrato de una mujer en llamas” reside en la capacidad para hacer posible un cine realista, de género y de época que no resulte fútil en el crudo mundo de hoy, sin renunciar a ser una gran producción, un cine que no intenta ser gloria ni aventura en favor de una concienciación sensata, trasladando al espectador y sometiéndole a distintas reflexiones de lo general a lo íntimo. Céline Sciamma, solvente y fructífica, se interna en su credibilidad para debilitar el sentido de los frentes confundidos y los objetivos no difuminados; tengamos en cuenta que la historia se desarrolla en el siglo XVIII. Con su buen hacer, disecciona este periodo como quizá no se ha hecho nunca, no para dar luz al pasado sino para transmitir convincentemente la desorientación y la valentía absoluta de las mujeres en su pesadilla inacabable, lo incompresible de todo aquello. Pero Sciamma le imprime sentido histórico y global, en una búsqueda incesante y de todas formas sensata que llevan a cabo las dos mujeres protagonistas en el intento de encontrar su lugar.

Lo que realmente plantea “Retrato de una mujer en llamas” es que el amor es más fuerte que todas las cadenas sociales, que el amor despedaza, un punto quizá demasiado romántico y espiritual en una historia que se resuelve en los sentimientos del espectador, del todo pegada a la realidad actual. A la realidad que vivimos. Mujeres repletas de razón y vitalidad para configurar este “Retrato de una mujer en llamas”, repleto de luz, claroscuros y susurros; del dolor que produce la derrota interior, la dignidad indoblegable , la obstinación y la pasión que hacen pervivir a la tragedia que origina la intransigencia.

Adèle Haenel y Noémie Merlant nos hacen, con sus magníficas interpretaciones, partícipes del debate que va desde tiempos remotos al futuro por descubrir, su entereza en la escena y la elegancia de sus personajes es, además, lucidora contra el universo del prototipo impuesto. Estallidos de belleza, hallazgos de esplendor y las sombras perfectas de un drama admirable. El resto del reparto: Luàna Bajrami, Valeria Golino y Cécile Morel, también son dignas de elogio. La música la pone el director y compositor francés Jean-Baptiste de Laubier (Para One) y el también francés, versado en informática musical, compositor y violinista Arthur Simonini. La fotografía corre a cargo de la cineasta y directora de fotografía francesa, Claire Mathon.

Una voluntad y un resultado magnífico. Todo está perfectamente concebido en función de lo que pretende decir. Véanla.

Crítica: Ha nacido una estrella

“Ha nacido una estrella” es una película que  William A. Wellman dirigió  para la gran pantalla en el año 1937 y estando nominada para varias categorías se llevó el galardón a mejor  argumento a cargo del propio Wellman y  Robert Carson. Más tarde, en 1954  la suerte quiso que la dirigiese George Cukor, con gran éxito en los resultados. Al director Frank Pierson en 1976 también le pareció un tema interesante y nos deleitó con su maestría. Ahora en 2018 es  Bradley Cooper, actor, director, cantante y compositor americano quien comienza su carrera en la dirección de cine recordándonos esta musical historia, escrita por Will Fetters, Eric Roth y el propio Bradley Cooper, basándose en el original, “Ha nacido una estrella”.

La película se abre con Jackson Maine (Bradley Cooper) es una estrella consagrada de la música, está cantando en un escenario con un público entregado; a continuación, un coche de regreso, una botella y unos tragos. Después vemos como una guapa chica, Ally (Lady Gaga), metida en unos lavabos públicos discute con alguien por teléfono, deja de discutir y entra a trabajar la empresa donde está empleada… En la pantalla sale el título de la película abarcando todo el espacio… en el siguiente fotograma Jack Maine  sigue bebiendo en un largo trayecto,  entra en un club donde solo trabajan chicos, pero se sorprende gratamente; en el escenario una chica linda canta  “La vie en rose”, es sensacional, canta como los ángeles, ella es Ally. Ally está a punto de abandonar su sueño de convertirse en cantante, Jack la ayuda camino de la fama. Y la vida flota sobre sus tormentas sin albergue…

Hay una evidente continuidad entre “Ha nacido una estrella” con los film anteriormente realizados. Desde el propio título a la aparición de los protagonistas, el film anuncia música y compromiso, por otra parte rompe una lanza a favor de los músicos, el optimismo y el futuro. “Ha nacido una estrella”  está repleta de frases positivas, carga las tintas sobre la generación actual, esas impactantes metáforas en los diálogos casi visuales, salidas de un mundo delirante, contienen el definitivo acierto de su recorrido. Una, dos tres, cuatro o cinco canciones superpuestas en los encuadres  hacen progresar la película y el ritmo , este mismo concepto pervive en todo el metraje, y es que de una forma u otra Bradley Cooper es músico, es cantante y ha encontrado una buena golosina que degustar.

Cooper, enamorado de la música y decidido a disfrutarla, no cabe duda de que nos ha colocado ante una película llena de momentos, de esos que se ven poco; músicos, cantantes, guitarras, público y la influencia del cine con un discurso cinematográfico que funciona también perfectamente como lección de historia de las músicas de todos los tiempos.

Bradley Cooper que ha tocado distintos géneros y que, además, canta espectacular, ya lo verán, crea para esta película la canción “Shallow” que es la dueña del trayecto y que posiblemente sea la ganadora del Oscar 2019. Lady Gaga con “Always remember us this way” pone el toque de innovación y con la entrañable ‘I’ll never love again” hace un puente a la estética y el sentimiento en el lado melódico y sentimental de la película. Un proceso realizado de la mano del gran guitarrista roquero Lukas Nelson y sus criterios armónicos imprescindibles.

En el reparto, Bradley Cooper, Lady Gaga, Sam Elliott, RafiGavron, Andrew Dice Clay, Anthony Ramos, Bonnie Somerville, Dave Chappelle, Michael Harney, William Belli, Rebecca Field, D.J. Pierce, Steven Ciceron, Andrew Michaels, Jacob Taylor, Geronimo Vela, Frank Anello, Germano Blanco, Ron Rifkin y Alec Baldwin.

Es un lujo haberla visto. Suerte. ¡Felicidades!

Crítica: Cold War

Con “Cold War”, ha logrado el director polaco Pawel Pawlikowski una jugada redonda, en cuanto a prestigio y comercialidad, empeñado en retratar el amor como la máxima expresión de los mecanismos del ser humano. El guion es del propio Pawel Pawlikowski y de su paisano el dramaturgo, ensayista y escritor de novela y cuentos Janusz Glowacki.

Con la Guerra Fría como telón de fondo, Pawel Pawlikowski presenta “Cold War” con Zula (Joanna Kulig), una chica refugiada y aficionada al canto, y a Wikto (Tomasz Kot), compositor, profesor de canto y pianista. La película comienza en un lugar devastado de alguna parte de Polonia, en los bares, en las calles, en los trabajos la gente entona canciones populares y Wikto las va grabando en un magnetofón, esas canciones le van a ser muy útiles porque los mandatarios políticos de la zona quieren organizar un coro de chicos y chicas, noticia que es recibida con agrado por parte de Wikto, que a la vez acoge de buen grado a todos los jóvenes que le mandan. Entre todo el grupo está Zula, una chica muy bonita en la que Wikto pone los ojos desde la primera prueba que le hace. Poco a poco se enamoran perdidamente. Dos personas de diferente edad, origen y temperamento político, que se supone que son totalmente incompatibles, pero… ay, el amor y el destino no se pueden controlar…

Solo hacen falta gestos y un ritual costumbrista que se repite en cada uno de los actos del texto para definir las reglas del juego de este amor con final… ¿Feliz? ¿Infeliz?

La película de Pawlikowski “Cold War” es la muestra de la fuerza sin igual del cine, de belleza cinematográfica y de fábula. Aunque el director conserva en la trama las duras realidades que se viven, hace una película que es un estudio de temperamento, un film sobre la humanidad en unos años clave, tanto en el tiempo como en el espacio y, junto a esto, la necesidad de amarse. “Cold War” realmente es la madurez del cine a todo nivel, desde lo puramente técnico relacionado con la fotografía trabajada por Lukasz Zal, al montaje y vestuario, en cuyas fases alcanza casi la perfección. También cuenta “Cold War” con el prestigio musical que alberga, poéticamente constante, descubriendo además para la historia y el público el cántico tradicional polaco. Universo y detalles son colocados sobre escenas de identidades determinadas, sobresaliendo, como ejemplo de los mayores logros de la película.

El trabajo de la actriz y el actor polacos: Joanna Kulig y Tomasz Kot completa el conjunto amoroso, que se escenifica sin renunciar al tono más prescindible de la película y que es el corazón orquestador, mostrando la frescura de su presentación. A su lado, el resto del reparto: Agata Kulesza, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency y Adam Szyszkowski, sus armónicas interpretaciones son otro extraordinario surtido de posibilidades, sin la presencia de su elenco de actores y actrices a “Cold War” no hubiese funcionado tan maravillosamente.

Por este cúmulo de circunstancias, “Cold War” se mueve en un campo estético en el que la escala de valores rige para calibrar su perdurabilidad como la gran obra de arte cinematográfica del año 2018.

 

Crítica: Carmen y Lola

“Carmen y Lola” primer largometraje de la directora vasca Arantxa Echevarría, que se encarga de la dirección y el guion en una película dramáticamente osada, excelentemente pautada, soberbiamente escrita y magistralmente interpretada.

Carmen y Lola viven en el extrarradio de Madrid, una en el barrio de Vallecas y la otra en el barrio de la Uva. Dos adolescentes gitanas destinadas a afrontar una historia que se repite generación tras generación: casarse, criar hijos y cuidar del marido. Las chicas. Se conocen en el mercadillo de los martes, donde cada una atiende en el puesto de su padre. Carmen (Rosi Rodríguez) es más tradicional y está preparando su compromiso amoroso con un chaval que es primo de Lola. Lola (Zaida Romero) es también una chica familiar pero sueña con un mañana distinto, ella piensa asistir a la universidad, hacer una carrera, trabajar en lo que le gusta; ahora, en lo que invierte su tiempo libre y clandestino es en dibujar grafitis de pájaros y corazones en los muros de su barrio. Los días pasan poco a poco y ellas, con la excusa de fumar un cigarrillo donde nadie las descubra, semana a semana, entablan un sentir que no pueden controlar ni tampoco descubrir, y una y otra tratarán de llevar hacia delante su amor, a pesar de los inconvenientes y discriminaciones sociales a las que tienen que verse sometidas por sus familias…

Avanza la narración con la conciencia de la soledad de Lola, encarcelada en su secreto por todos los demás personajes. Una adolescente que se descubre diferente a las demás. No entiende al principio por qué le pasa y busca en el estudio, pero no encuentra en los libros referencias culturales con las que identificarse y asesorarse. Sale de casa y ocultándose en un locutorio busca en internet, pero no tiene más remedio que retroceder, se asusta de lo que ve, sola en el universo de su secreto, solo tiene la opción de recluirse en su desoladora identidad.

Del tejido de lo que la directora cuenta en “Carmen y Lola”, más una pulcra fotografía de Pilar Sánchez Díaz, surge toda una lección de contenido y moral de civilización, nos lo ofrece con la triste clarividencia de quien ha vivido y visto mucho y piensa que ya no estamos en la Edad Media pero que medievos puede haber en muchos lugares.

Lo logrado con esta película es un relato áspero, violento, pero (quizá por ello) lleno de verosimilitud y profundidad. El atractivo del elenco de intérpretes y su presencia ante la cámara es clave: transmiten con gran intensidad su forma y tradiciones, costumbres, determinación y ese punto llevado al extremo que solo se puede explicar con la ayuda de fuentes propias.

“Carmen y Lola” claramente es un estudio sobre la comunidad gitana, sus costumbres y prejuicios, que Arantxa Echevarría desprende de su piel para vestir su drama cotidiano. Un perfecto lienzo de concienciación social ante el nefasto efecto del amor trasgresor, que vuelve a su cauce con el delicado cierre de despedida.

Una película valiente, didáctica y necesaria. Interpretaciones, todas, magníficas destacando a Zaira Romero, Rosy Rodríguez y Carolina Yuste. En la música, Nina Aranda. Una película que me sensibiliza aún más porque la creo ciegamente, porque muestra el problema que todavía  sufren las mujeres que no pueden aceptar los roles establecidos y por hacerme sentir como a Lola y como a Carmen. Creo que es una película perfecta para mostrar en colegios e institutos. Gracias.

 

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