Crítica: El nombre

Cartel“El nombre” es una construcción seria y divertida del encuentro de cinco amigos para celebrar algo importante… Entramos en una habitación amplia y confortable, tan acogedora y funcional como cualquiera de los salones de nuestra casa y, sin embargo, no totalmente llena de confort, ya que el ambiente que muestra se reduce a un sofá, dos sillones y una mesa. Un velador antiguo da  un respiro a la atmosfera de sobriedad somera. También hay libros, todos apretujados en librerías de pasillo construidas con gran ingenio, de forma que encajase todo el escenario a la perfección. Éste es el marco donde se desarrolla la película “El nombre”, un espacio sencillo: hogar imaginario de Pierre (Charles Berloong) y Elizabeth (Valerie Benguigui). Ambos son profesores, él de la Sorbona y ella de un instituto de secundaria. Esta noche reciben en su casa a Claude (Guillaume de Tonquédec), un joven músico en la radio estatal y  un buen amigo del matrimonio, a Vicent (Patrick Bruel), hermano de Elizabeth, y a su embarazada esposa Anna (Judith El Zein). Anna tarda en llegar a la cita, mientras tanto los cuatro amigos darán rienda suelta a una conversación porfiada y algo incómoda…

E l conjunto de la historia que nos presentan Alexander de la Patelliére y Matthieu Delaporte, es una invitación al cine francés de nuestros días, crisol sin duda de instauración cinematográfica,  nuevos brillos  que nos acercan a autores frescos y competitivos moviendo la  comedia social con un nivel muy por encima de cualquier otro país de Europa.

“El nombre” es cine francés con fuerza renovada con el que nos aproximan al ácido sentido del humor, a miradas alerta en torno al amor y la convivencia,  al tiempo que a condiciones y cuestiones tradicionales.  Desde su arranque, mucho antes de que la historia que compone “El nombre”  nos  enganche, la factura narrativa y la magnífica escenificación ya nos ha tumbado sin derecho a réplica, no es tan solo el realismo de lo que muestra o, por supuesto, lo impecable de unos personajes pergeñados de naturalidad en que los actores vuelven a superarse, -y pienso que con una nota muy alta-; también es el humor dinámico del film, el ritmo, los arquetipos sociales que viven dentro de todos y cada uno de los actores. Son chispas inagotables de entretenimiento que viven a lo largo y ancho del metraje. Pero, además, en el balance final es donde esta película gana enteros dándole un giro humorístico con un tremendo empaque lleno de seriedad y sensibilidad.

 Patelliére y  Delaporte: En el teatro o en la pantalla. Estos jóvenes autores galos construyen un relato irreprochable y cautivador de gestas personales y gestos humanos. Puede haber alguna semejanza, recuerdo o reminiscencia en el esquema escénico de “Un dios salvaje”, las dos películas comparten el mismo poso dramático, pero directores y actores vencen cualquier reticencia del espectador por el contrapunto, todos están esplendidos en una película en la que nada resulta artificioso y nunca se es complaciente, ni con los personajes ni con el espectador. A ellos y a nosotros lo que nos queda después de visionarla es un regusto extraordinario a trabajo bien hecho.

“El nombre” no es más ni menos que otra comedia francesa entretenida y excelente.

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