Crítica: Barry Seal: El traficante

Doug Liman, el famoso director de cine americano, llega a primeros de septiembre con su nueva película. Tema comprometido bajo el guion del escritor Gary Spinelli. Lo inmediato que se puede pensar según desfilan uno a uno los minutos iniciales de esta esperada película del director de “Al filo de la mañana”, es que lo que narra “Barry Seal: El traficante” solo debería existir como ficción cinematográfica porque solo en la ficción se puede soportar el horroroso poder de las miserables manos ocultas que mueven los hilos de este mancillado mundo.
Doug Liman pierde la irrealidad fantástica de su anterior película para sorprender a todos con la maestría y la experiencia de un cineasta con tablas en relatar vidas verdaderas, un salto mortal sin red que viene a demostrar que es uno de nuestros cineastas favoritos.

Nos centra en una biografía y estamos casi al final los maravillosos años 70, en los Estados Unidos. Allí vive Barry Seal (Tom Cruise), un piloto que trabaja en la compañía aérea estadounidense NWA. Tiene una esposa preciosa, Lucy (Sarah Wright), con la que vive muy feliz. Barry es un hombre al que sonríe la suerte, todo lo que emprende le sale bien. Un día llega a él un hombre alto con el pelo rojizo, vestido muy elegante, con buena pinta, dice ser CIA y llamarse Monty (Domhnall Gleeson), y le ofrece un trabajo que Barry no termina de creer. Su única misión será volar sobre algunos países de América Central. Están comenzando una revolución en contra de los gobiernos establecidos y la CIA quiere meter el hocico. Barry tiene que hacer fotografías desde el aire a cada sitio que sobrevuele y a todas las personas que su objetivo alcance para después entregarlas a su contacto. Las exigencias van poco a poco a más. Barry lo hace tan rematadamente bien que se convierte en un dios-demonio del espionaje y el bandolerismo. Un mundo novelesco en el bosque encantado, un reino maravilloso, donde el héroe se rodea de ogros, tiburones, lobos y cuervos. Se hace muy rico y el dinero quizá tape o destruya la brújula de su norte, porque lo pierde y se pierde…

Como ya he dicho “Barry Seal: El traficante” se basa en una historia real y Doug Liman, nos la brinda en una perfecta dialéctica de entretener y dar a conocer cosas, bloqueando nuestra opinión con el fin de intensificar nuestra conciencia y el sentido de la anticipación que podamos tener. Si la reflexión sobre las formas, el estilo y la narratividad son importantes, no menos importantes son las variantes que inundan su recorrido, la mera descripción de los personajes y la aventura romántica dentro del marco del ambiente de heroísmo e incidentes. Ciertos pasajes parecen diseñados con el sobresalto de la noticia como fuente de información para mover e insuflar más disciplina humanística. Alguien me dijo que es una comedia, que tiene picos de humor, pues qué quieren que les diga, a mí “Barry Seal: El traficante” me parece una película dramática y visionaria, que deja para la reflexión su tonelada de verdades y las causas. Doug Liman, como los buenos maestros, no nos llena de efemérides ni de datos enciclopédicos, apostando con fuerza por la absoluta estilización en tono de denuncia.

Los dos protagonistas Tom Cruise y Domhnall Gleeson personifican la diferencia entre dos mundos opuestos. La cámara les sigue en un duelo de disfraces aislando las peripecias superfluas. Ambos enraízan profundamente en sus papeles… En el caso de Tom Cruise, desde las raíces del conflicto, desde la realidad del día a día de Barry Seal he visto surgir al actor. Está genial.

Sarah Wright en su papel de esposa modélica y con la más posmoderna imagen setentera hace un buen personaje capaz de abrirse paso en medio de un reparto de hombres. Jesse Plemons, Lola Kirke, Caleb Landry Jones, Benito Martinez, Connor Trinneer, E. Roger Mitchell, Justice Leak, Jayson Warner Smith, Robert Farrior, Jayma Mays, Frank Licari y David Silverman, todos hace un perfecto trabajo en conjunto. La música corre a cargo del compositor canadiense Christophe Beck. En la fotografía, César Charlone. El rodaje se realizó en varias ciudades de Colombia y varios condados de América.

Esta película me hace reflexionar, no hay nada más que lo que nos dejan ver, lo que nos dejan oír, no hay nada más que la trascendencia de nuestros actos. Solo nos queda el sonido de la lluvia y el sol que nos ilumina. Después desclasificarán más papeles y algún director de conciencia llevará la verdad a la pantalla.

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