Crítica: Tenemos que hablar de Kevin

Si todavía alguien tiene dudas en cuanto al significado del cine psicológico acuñado por la directora y guionista sueca Lynne Ramsay, no se me ocurre otra cosa que recomendarle el visionado de “Tenemos que hablar de Kevin”, para mí, su película más destacada. El guion está escrito también por Lynne Ramsay, basándose en la séptima y más controvertida novela de la escritora americana Lionel Shriver. La música del gran compositor inglés Jonny Greenwood y, en la fotografía, el director de fotografía irlandés Seamus McGarvey, constituyentes todo el equipo de una de las películas más destacadas del año 2011 y que hoy, en la distancia tengo el gusto de comentar.

Comienza con imágenes nada complacientes, imágenes donde predomina el rojo y que impactan transmitiendo sobre todo sensaciones físicas. Todo rezuma mensaje subliminal cuando aparece  Eva, (Tilda Swinton), una mujer de cuarenta y tantos años que trabaja de autora y editora de guías de viaje. Su forma, su actividad, recelo y rechazo ajeno, reflejan que algo ha debido de ocurrirle. Sigue predominando el rojo en la imagen y es esa imagen la que nos hace recordar a su marido Franklin (John C. Reilly), un fotógrafo que trabaja en publicidad, a su hijo Kevin (Rock Duer), de pequeñito, (Jasper Newell) de 6 a 8 años y Kevin adolescente (Ezra Miller) y a su hija Celin (Ashley Gerasimovich). Todos forman lo que debiera de ser una familia acomodada de lo más normal del mundo. Pero…

En “Tenemos que hablar de Kevin” el espacio se llena de frialdad, de colores y de aire detenido en una musiquita tenue. Descubrimos a los personajes poco a poco: Eva, la madre insegura, temerosa. Franklin, el padre fuerte y despistado; Kevin, el intolerable hijo mayor, y Celin, la linda y pequeña hermana, junto a ellos, la imposibilidad callada y triste de un tiempo y unas vidas marcadas.

Como cada vez, y creo que más que nunca, Lynne Ramsay se sumerge en las turbias aguas de la vida contemporánea, a la vez distante y cruel, partiendo de dos personas alineadas y atraídas inevitablemente el uno hacia el otro por esos ya famosos anzuelos.

Hay un todo en “Tenemos que hablar de Kevin”, algo de juego metalingüístico, de vocación dañina y un punto de terror psicológico, a Lynne Ramsay le gusta tanto experimentar con la imagen que golpea todo el tiempo con distintos velos invisibles y una fragancia que brota en su densidad, nos sitúa en una intriga sencilla y asfixiante, centrándonos en los cambios que provoca esa nueva localización de registros inseguros de la protagonista. Ese es el film que nos ocupa desde la mirada de gárgola que lo contempla con la sensibilidad a flor de piel y el corazón en un puño de piedra. Las exhalaciones del drama, visualmente hacen el color más intenso, más penetrante, y los objetos con apariencia indiferente en un inanimado dinamismo. La excesiva dinamita de sus secuencias llevan a una resolución que no perdona: esa coherencia de cuento cruel y el magnífico registro de Tilda Swinton, que aguanta con su presencia todo el film; un personaje que siempre está al borde de sí mismo, con el pánico medio visible al intentar arrancar el cordón umbilical que la une con el mal, quizá porque el mal es demasiado suyo, son quizás su mejores méritos.

De las interpretaciones tengo que decir que todas son magníficas, Ezra Miller, John C. Reilly, Jasper Newell, Siobhan Fallon, Ashley Gerasimovich, Rock Duer, Alex Manette, Leslie Lyles, Kenneth Franklin y Paul Diomede, destacando por encima de todas a Tilda Swinton.

“Tenemos que hablar de Kevin” nos pone en aviso desde su centro: todos somos náufragos en nuestra propia isla. Una obra tan terrestre como subterránea.

 

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