Crítica: Relatos salvajes

Relatos salvajesCoproducción hispano-argentina escrita y dirigida por Damián Szifrón y producida por los hermanos Almodóvar. Szifrón crea personas perplejas ante la vida, de una forma serena, sonriente y terroríficamente rotunda. Crítica de la película “Relatos salvajes”.

La película se divide en seis episodios que alternan la intriga, la comedia y la violencia. Se inspira en los ‘Cuentos asombrosos‘(1985-1987), serie de televisión creada y producida por Steven Spielberg y nos ofrece unos personajes que se verán empujados hacia el abismo y hacia el innegable placer de perder el control, cruzando la delgada línea que separa la civilización de la barbarie.

Ofensa, injusticia, venganza. Con claridad y sencillez Damián Szifrón traba esta película y su puñado de historias apasionantes en el sentido estricto de la palabra. Todas poseen la virtud de atrapar al espectador desde el primer minuto y no soltarlo ni un solo instante hasta los créditos finales, sin que ningún relato pierda fuerza, sin que nada resulte cargante o tedioso y sin que ninguna línea argumental parezca confusa. Algo que, sin lugar a dudas, dice mucho de este director, sobre todo de su capacidad narrativa, me gusta extraordinariamente como lleva a cada personaje. El invisible piloto de avión. La mujer desgraciada. El encuentro de conductores. Bombita. El accidente incidente y la loca boda, son ya un punto de referencia ineludible e inexcusable cuando se hable de este tipo de cine.

Imagen de Relatos salvajesTodas las historias tienen interés y su mensaje nos lleva a pensar que todos vivimos en un mundo hecho para entregarnos solo las miserias, en una persecución invisible, sometiéndonos a un estrés salvaje. Humor negrísimo que en conjunto está muy bien. Por añadidura y sin duda, hay una excusa irreductible para defenderla y son los actores, aunque me dejo algunos en el tintero: Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Oscar Martínez,Rita Cortese, Julieta Zylberberg, Osmar Núñez, Nancy Dupláa, Germán de Silva,María Marull, Marcelo Pozzi, Diego Gentile, María Onetto y mi admirado Ricardo Darín, que también está de lujo sin ser esta una excepción. Una extraordinaria fotografía a cargo de Javier Juliá y una espléndida banda sonora ensamblada por Gustavo Santaolalla,  dan una factura extraordinaria en una historia de bocados de realidad llevados al límite.

En resumen, una lujosa película, impecable en ambientación e idea, que marca los márgenes para ser un producto solvente, bien armado. No se echa de menos nada porque la historia impone y cumple lo que promete.

Crítica: Séptimo

Cartel de SéptimoPatxi Amezcua, nacido en Pamplona, en 1968 y licenciado en Periodismo, tras su paso por la Universidad de California para cursar estudios de guión de cine, inicia su carrera profesional como guionista, trabajando primero para productoras como Columbia Films. En 2009 dirige su primer largometraje “25 Kilates”. Ésta que hoy reseñamos es su segunda película. Crítica de la película “Séptimo”.

Ricardo Darín vuelve a sembrar la escena. Estamos ante un nuevo delta lleno de intriga donde se une y separa el tiempo. El actor argentino es en “Séptimo” un padre.

Sebastián (Ricardo Darín) va a recoger a sus hijos para llevarlos al colegio, deciden antes de bajar la escalera jugar a un juego conocido, juegan a ver quién llega primero a la calle desde el séptimo piso y los dos niños desaparecen en su recorrido por las escaleras hasta la planta baja, mientras que el padre baja en el ascensor. Al darse cuenta, Sebastián, cree volverse loco. No hay ni rastro de ellos. Empieza entonces una búsqueda frenética por parte del padre y de la madre, Delia (Belén Rueda). Un día normal en la vida de unos recién separados se convierte en una terrible pesadilla.

Todo funciona en “Séptimo” desde el primer momento con unos bonitos fotogramas paisajísticos de Buenos Aires de los que brota nuestro primer personaje. Buenos Aires en la retina del espectador y en el corazón un protagonista caído en un abismo sin final que aspira a desvelar la maquinación que le acorrala.
No sé cómo describir la intensidad emocional con la que comienza esta película. A ello le concedo su mayor valía: la increíble habilidad y sensibilidad para alarmar desde la intriga. Séptimo - ImagenTodo sin más instrumentos que una buena ficción aferrada a personajes creíbles. Unos personajes, que como casi todos nosotros, viven, viviendo y escondiendo las oscuras heridas de su cotidianidad. Afortunadamente la historia se escapa de los parámetros establecidos, tratando de manera objetiva un tema relacionado con algo ya visto pero sin mostrarnos lo mismo, es decir, nos muestra un caso aislado de víctimas en un sentido, convirtiéndose en victimario dentro de otro sentido y demostrando con esto una vez más que el ser humano es destructivo y que cuando nace en nosotros uno de los instintos básicos más dañinos nos convierte casi en animales capaces de hacer cualquier cosa.
La música es de Roque Baños, de gran belleza e importantísima en muchos momentos puntuales de la trama cuando sobran los diálogos, llenándonos de imagen y sonido, por ejemplo en la escena de la terraza. La fotografía de Lucio Bonelli, de estética equilibrada, sobria y de matices armónicos. El guión es de Patxi Amezcua y Alejo Flah y se aprieta al texto como a la imagen con enriquecedor acierto.

La interpretación de Ricardo Darín es muy rica en matices visuales y verbales, el actor sorprende pues consigue que el espectador conecte con él desde el primer plano donde aparece mientras conduce el coche y habla con su hermana, con su secretaria y con los compañeros de trabajo, hasta el plano final que no voy dejar ver aquí. Esta interpretación se complementa bien con Belén Rueda, quien interpreta a su esposa de la que ahora está separado. El resto del elenco Luis Ziembrowski, Osvaldo Santoro, Guillermo Arengo, Jorge D’Elía, Andrea Carballo, desempeñan su papel con atinada corrección.

Para resumir, la trama está bien trabajada, la intriga fenomenal y el planteamiento excelente, solo una pega, quizás la resolución quede algo descolgada.

Qué grato es ver como Patxi Amezcua hace cine con propiedad, igual al cine producido en los países punteros de la cinematografía. Buen tacto el de este joven cineasta.

Hay que verla.

Crítica: Elefante blanco

CartelRuido, heridas, ímpetu, tráfico, sangre, muerte…

La visión ficticia de Pablo Trapero en el medio urbano de este retrato de pobreza no puede ser más desalentadora por su fuerte tinte de realidad marginal. “Elefante blanco”, el último de sus trabajos, con la complicidad en el guion de Martin Mauregui, Alejandro Fadel, Santiago Mitre y la presencia en la música de Michael Nyman,nos muestra la parte más desagradable de todo un mundo marginal a través del examen religioso, frente a un desolado paisaje de derechos secuestrados.

“Tierra de nadie”, un asentamiento real, ha servido de marco para mostrar toda la crudeza posible en su veracidad visual, un lugar en el que dominan las mafias y al que incluso la policía tiene miedo de pasar.

Julián (Ricardo Darín), un sacerdote en una villa. Sus feligreses están muy confiados en él pero la jerarquía eclesiástica y las autoridades no le dejan hacer su obra en paz y con justicia. A su lado, su amigo Nicolás (Jéréme Renier), también sacerdote con el que empieza a vivir esta realidad salvaje. Julián trabaja este proyecto desde hace años. Es un poblado marginal de los alrededores de Buenos Aires. Los dos son sacerdotes católicos que decidieron dedicar su vida a los más pobres: Nicolás al principio marchó para un país tercermundista y Julián quedó entregado a Argentina. Mientras trabajan como héroes cotidianos, Nicolás se llena de dudas, piensa si la Iglesia es la institución adecuada para dar solución a tanta miseria. Julián, por su parte, decide que el mejor camino para cambiar las condiciones de vida es seguir con su lucha sin desviarse de la cruel realidad impuesta. Entre tanta desolación la guapa Luciana, (Martina Gusmán), una joven licenciada en derecho que entrega sus días a luchar por los necesitados y a incentivar las reformas sociales. Los tres buscarán su lugar. Unos rompiendo moldes, otros no se atreverán. Pero ninguno es débil o fuerte todo el tiempo. Son complementarios. Tres partes de una sola trenza.

Las imágenes acompañadas a veces por su educada música son de todo menos complacientes: drogas, niños marginados, mujeres viviendo su vejez desde la juventud, hombres sin el derecho a cobrar por su trabajo, miedo, sometimiento, escasez y la lluvia que no deja de caer, quizás por darle al decorado un toque de desánimo o tal vez como el símbolo de un llanto que no debe de parar al ser conscientes de que eso que ocurre en la pantalla lo tenemos detrás de la esquina. Solo la mirada de Trapero en medio de este caos, centrada en el objetivo de su cámara, alcanzando unos exactos primeros, primerísimos planos, unos íntegros planos largos y una novedosa configuración cámara al hombro que descubre ignorados perfiles en el director argentino. No es necesario que citemos sus películas fundamentales. De todos son sabidas y recordadas con admiración. Trapero impregna aptitud y personalidad en sus obras, matizando hasta lo recóndito su particular forma.

Pasamos por alto algún frente que se abre sin sentido y no queda cerrado, la tópica reunión de chavalillos drogándose, y destacamos la naturalidad con que fluyen al son todos los participantes, tanto actores profesionales, como secundarios y aficionados. Todos dan fluidez y credibilidad narrativa.

Después de ver “Elefante blanco” es imposible no pensar que la vida podría ser simple y agradable si no existieran ésos que siempre están dispuestos a trastocarla.

“Elefante blanco” está dedicada a la memoria de Carlos Mújica, sacerdote argentino asesinado por la dictadura peronista en el año 1974, hecho jamás esclarecido. Mújica, desde el año 1960, dedicó su vida a trabajar por los sectores más pobres de la sociedad. Fue un hombre con luz rodeado de seres en penumbra.

Crítica: Un cuento chino

CartelLa cinematografía debería ser manejada con el tiento con el que los personajes de la película “The Hurt Locker”, se ponen a desactivar las bombas. El común del cineasta suele no obstante emplearla con la improcedencia de quien derrama sobre el escenario una tinaja de melaza de regalo. Pero hay quien extirpa toda impudencia en sus realizaciones ficticias cinematográficas, como lo está haciendo a lo largo de toda su corta carrera Sebastian Borensztein. En su nueva película, “Un cuento chino”, el director y guionista argentino, cuenta una leyenda, casi un cuento, de dos hombres en un improvisado viaje. Está filmada con seriedad y cubierta de una hermosa narrativa llena de encanto y añoranza, recreada de manera plácida, y no apostando por giros demasiado fuertes, al contrario, tomando en la identificación con la narración y el ritmo, su tono deliberadamente lento pero hermoso, despliega afanes dramáticos y costumbrismos, con la delicadeza y el trazo de la seda, haciendo de la casualidad un cómico y racional acuerdo.
La historia que cuenta Borensztein es la de Roberto (Ricardo Darín), un ferretero amargado por su pasado, atrincherado en su mundo, que no pasa el límite de su barrio y su pequeño negocio, adusto, brusco y obsesivamente independiente. Este hombre disfruta a su manera de su independencia y no le gusta salir de su mundo ordenado y seguro, de sus costumbres rigurosas y solitarias aficiones. Roberto ve trastornada su vida con la presencia de un desconocido, Jun (Ignacio Huag) viene buscando a un familiar y está perdido y solo. Ricardo no le entiende una sola palabra pero le genera una pizca de compasión, y aunque su solidaridad no es incondicional, juntos irán generando un vínculo muy especial, al tiempo que atravesarán una serie melodramática de laberintos administrativos y confusiones idiomáticas, entre ellos, una vaca que cae del cielo. Dentro de este panorama también está Mary (Muriel Santa Ana) que puede que convierta a Roberto un hombre diferente y le haga olvidar el pasado.
Partiendo de esta confusa premisa, nos encontramos ante una metáfora en donde de pronto una vaca hace descubrirse al corazón humano. Desde algo tan chocante y artificial, el guion tiene profundidad literaria y la lírica está detrás de cada fotograma, por momentos conmovedora y salpicada de una comicidad que se apodera de las realidades regodeándose en su propia esencia y sin desvirtuar la fuerza del mensaje. “Un cuento chino” se eleva raudamente, una historia narrada de manera irreprochable, con esmero y plasmando la Argentina, el país de casi todos los que firman este film. Su dolor y su preciosismo en su discurso y estética.
Sebastian Borensztein, con este relato simple y humano, arriba a una acción de búsqueda de paraísos perdidos, de paz de bienestar, ése es su refugio, con el único afán posible de seguir buscando esa ilusión que da sentido al paso de los hombres y mujeres por el mundo.
Imagen de la películaLa fotografía (quizás por exigencia de guion) se percibe con una luz demasiado pálida y los colores pobres de tonalidad. La música glosa que sus tenues acordes sean abrumadoramente cercanos, su banda sonora pertenece al director musical Lucio Godoy, tantas y tantas veces disfrutado en su enorme cantidad de producciones.
La química entre actores es absoluta, uniendo sus diferentes y características formas de interpretar, miradas infinitas llenas de fuerza, contrastando con otras de una evidente torpeza exigida. Cuando el protagonista es Ricardo Darín nada de lo que pueda pasar en la película te puede dejar de interesar. En “Un cuento chino” el actor se mimetiza con Roberto y crea composiciones exactas de cómo tiene que ser su personaje, trabajándolo de forma emotiva y fiel y pasando por alto algún desliz de otro paradigma si lo hubiera, Ignacio Huang genial, metido en su perfil impreciso, y Muriel Santa Ana me gusta en su papel.
Algo tiene el cine argentino que alumbra con claridad, presentándonos tan enriquecedoras emociones.

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