Crítica: Hereditary
12 julio 2018 Deja un comentario
Ari Aster es un joven guionista y director de cine estadounidense, creador desde el año 2011 de seis cortos, en alguno de los cuales también actuó como actor. El fulgor de unos sueños de crecer profesionalmente le lleva este verano 2018 a la pantalla grande con una película de terror; Aster consigue una película sobria, tanto en el planteamiento de la trama como en la resolución: “Hereditary”.
El futuro se ve oscuro tras la muerte de la madre de Annie. Annie Graham (Toni Collette) es una galerista, ahora con permiso por un trabajo importante que tiene que presentar en breve. Está casada con Steve Graham, (Gabriel Byrne) y, ambos, tienen un hijo adolescente, Peter (Alex Wolff), y una niña de nueve años, Charlie (Milly Shapiro). Después del sepelio de la madre de Annie, la casa de los Graham comienza a adquirir un ritmo nuevo, exclusivo y genuino, entre otras cosas, porque en este film, Ari Aster trata de ponernos el corazón en un puño y las tripas en el otro. No cuento nada más, pues cualquier cosa que diga puede resultar un suculento spoiler.
Annie tiene amor a su madre y termómetro emocional para medir el tiempo histórico en que le dedicó momentos de amor. No ya a ella en particular, sino en el seno de su familia, de quienes todos los días comparte su mesa y su tranquilo mundo cotidiano. A pesar de la claridad definida de la relación con su madre, Annie entra en un fascinante juego de identificación que se crea entre el espectador y el personaje. Se desestabiliza su vida y a partir de entonces el viaje hacia lo desconocido resulta irresistible, y a pesar de que la acción terrorífica hace acto de presencia demasiado pronto, ya nos pilla entregados a la causa y sobre algunas de las vías de trasmisión de las heridas.
En “Hereditary”, a Ari Aster se le puede reprochar cualquier detalle pequeño, pero nunca negar el talento. No solo rinde tributo explícito a su profesión, al género de terror (esas películas que tanto nos quitaron el sueño y que me cuesta decidirme a ver) sino que destila una forma de enérgica ficción, todo ello en un sumario de vasos comunicantes que nos avisa del trance del terror de tiempos pasados, de aquellas películas que aún tenemos en la retina. La película de Ari Aster hace caer en la cuenta al espectador de los placeres contenidos en una seria película de miedo. En algunos casos, de encuentros entre los personajes, de encuadre, de escenografía y desde el último al primer fotograma, hay pasión cinéfila, conocimiento de causa y, sobre todo, compromiso…
Ari Aster nos entrega un producto con personalidad propia en una sucesión de momentos potentes. El principio es un tenso dolor, un duelo. Después se van abriendo heridas que son precipicios de tensión en un proceso de temores ralentizados en un amontonamiento narrativo y diseccionador de naturaleza puramente terrorífica y coherente, dentro del digamos, sobrenatural paradigma. El guion escrito por el propio director Ari Aster esconde una trama compleja.
Una estupenda Toni Collette, el eficaz Alex Wolff, Gabriel Byrne y la siempre solida Ann Dowd, no están solo para brindar apoyo a Aster en su salto a su faceta de director de largos, él por su parte sabe encontrar un tono propio, mostrando un espejismo perfecto para ahondar en la psicología de los personajes que todo el reparto elabora con aparente facilidad. No nos olvidemos de Milly Shapiro, tiene un papel corto pero no es nada fácil esa ligerísima interpretación generosamente amarga. La música corre a cargo del famoso músico de jazz y rock, Colin Stetson. La veracidad de la imagen la pone el director de fotografía Pawel Pogorzelski.
Hay tras la mirada de la cámara y el montaje de Aster una buena idea y una travesía imperante.
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