Crítica: Los dos papas

Con dirección del cineasta brasileño Fernando Meirelles, autor de grandes largometrajes como “Ciudad de dios”, de 2002, y “El jardinero fiel” de 2005, considerado como un autor de renombre internacional, el pasado año tuvo la gentileza de conceder para la pantalla su nueva película: “Los dos papas”.

En su último trabajo examina el ficticio o supuesto encuentro que mantuvieron el papa Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y su sucesor, el papa Francisco (Jonathan Pryce), dos de los dirigentes principales de la Iglesia Católica, que se enfrentan a sus pasados y a las demandas que el presente les exige. Abren sus corazones, los cuales suponemos llenos de heridas. Hablan, comen, ven la tele, incluso tocan y escuchan música. Entorno a ellos, el mundo y la institución que les han sido clavados como un tablero tallado en planchas de templo pontificio. Sonríen, se divierten, comentan la renuncia del papa Benedicto y ambos se sorprenden de lo que están viviendo porque son hechos que jamás se han producido. Se reúnen varias veces sin salir a escena, para renunciar, para decir no, para revelar, para decir sí y recordar…Con un ruido de sotanas; una conservadora y otra progresista. Cada cual es sabedor de sus responsabilidades y sojuzga el orgullo de mantener la palabra y la heredad.

“Los dos papas” simboliza una calculada maniobra que aúna religión, política y entretenimiento. Cultura de consumo y prestigio. En una época de desidias muy afianzadas, el cine se erige como sucesor de la asonada contando una historia directa, encajando piezas diversas en un único y funcional rompecabezas. “Los dos papas” es una película que tal vez no sea tan maravillosa como otros trabajos de su director, Fernando Meirelles, pero sí que se presenta se disfruta en lo que vale. Los paseos de los dos personajes, la teatralidad de sus conversaciones, rodeadas de portentosos escenarios, la elegancia en diálogos y formas, todo propone una obra sólida.

Cuando escribo estas líneas, un mes después de haber visto “Los dos papas”, recuerdo como si fuera hoy muchas frases de sus diálogos que se quedaron conmigo, nada que objetar a la enormidad de imaginación que Fernando Meirelles, derrocha en esta película de calidad e interés comercial. Arropado por un excelente guion de Anthony McCarten.

Ambos, consigue una comedia sobre lo inevitable de repetir el error y de tropezar con la misma piedra. Estamos sin duda ante el universo de las cosas que cambian. Los personajes quieren redimirse pero solo la amistad y el respeto; solo el termómetro que mide el tiempo les conducirá al éxito.

La verdadera aportación que plantea esta película, con tintes casi de promoción, frente a tamaños personajes, es reflexionar sobre los años de historia que hemos atravesado y resaltar el monopolio. Hemos de ver que a pesar de la clara explicitud de lo que cuenta su director jamás nadie sabrá nada a ciencia cierta, nada, puesto que ahí todo lo dicho fue reservado y privado, lo que vemos, por supuesto, es todo ficción y desde la ficción partimos hacia una sátira de base amplia. Una revisión de los esquemas religiosos, de dos concepciones, que dependen en gran medida de los análisis, las tendencias y la época.

Más tarde, cuando la pareja de hombres son conscientes de que sus discursos tampoco tienen que ser radicales y son conscientes de su carácter individual, el director cierra la historia con electrizantes imágenes como diamantes que ya son parte obligada de la sublimación de la película.

La música es del compositor y guitarrista americano Bryce Dessner y la fotografía del guionista, director de cine y director fotográfico, el uruguayo César Charlone.

En el reparto, Jonathan Pryce y Anthony Hopkins, hacen un trabajo impecable. Magníficos. Juan Minujín, Cristina Banegas, Sidney Cole, Luis Gnecco, Federico Torre, María Ucedo, Thomas D Williams y Pablo Trimarchi, todos los participantes son parte imprescindible de una obra que destaca desde la ficción.

Véanla, es interesante.

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