Crítica: Todos lo saben

Mencionado a menudo como ejemplo de persistente popularidad por su cine de complejidad social y trazo existencial, el director iraní Asghar Farhadi se atreve en esta ocasión con una película donde refleja el devenir de una familia supuestamente rica ubicada en el centro de España.“Todos lo saben”, título con el que el cineasta obsequia al espectador, discurre de forma fluida y sin tropiezos.

La secuencia inicial de “Todos lo saben”, que pone en marcha la sórdida trama de la película, es sin duda el tuétano de la historia: Laura (Penélope Cruz) viaja con su niño pequeño (Ivan Chavero) y su hija adolescente, Irene (Carla Campra), desde Buenos Aires a su pueblo natal en España para asistir a la boda de su hermana Ana (Inma Cuesta) con Joan (Roger Casamajor). Su marido Alejandro (Ricardo Darín ) tuvo de quedarse en Buenos Aires por asuntos particulares. La madre y sus pequeños son recibidos con mucho cariño por todos los que a su paso encuentran. Como si el pueblo entero fuese de la familia. Entre ellos, Paco (Javier Bardem) que fue novio de Laura cuando fueron jóvenes y que se alegra muchísimo de ver a los tres. Todo son besos y sonrisas. Llega la fecha señalada; el día de la boda la felicidad se desborda como un gran oleaje abierto. Pero el destino que es caprichoso, a veces, dejará paralizada a la amplia familia castellana, paralizada como si hubiesen encallado en un abismo…

En casi todas las películas de Asghar Farhadi los personajes suelen estar por encima de la historia; la descripción de los mecanismos por los que se mueven, el esbozo de sus emociones y, sobre todo, la palabra o la ausencia de ella para instalarlos física y mentalmente en un tiempo concreto que se antepone al desarrollo de la trama son los asientos y la respiración de su firma.

Planeada como un viaje por las zonas en penumbra de una identidad familiar todavía por descifrar, el film deambula con espíritu juguetón por los recodos más tempestuosos y las aguas más turbias del drama. El tema central de “Todos lo saben” a la vez ordinario y extraordinario, costumbrista y causal. Posee una dimensión explícitamente inquietante tanto por su temática como por los rasgos formales que el director Asghar Farhadi mueve con simplicidad pasmosa, estirando los límites de la realidad para que las situaciones más desatinadas parezcan habituales, en ese sentido el naturalismo de la puesta en escena se apoya en el gran trabajo de los actores y en la precisión matemática del texto. El guion también escrito por Farhadi es muy bueno. A medida que avanza la historia, coinciden elementos llenos de simbolismo, aunque si recordamos la escena del campanario en los primeros minutos, cuando Irene sube, también podemos percibir la simbología de las palomas, del reloj, de las campanas… pero este recurso de casi realismo mágico se hace más evidente con Alejandro, el personaje que trabaja Ricardo Darín. Un perfil el suyo que no debe alejar al espectador de sumergirse de lleno en la grandeza de la aberración, en la irregularidad, hurgando en el corazón de la codicia y descubriendo un desolado territorio de misterios universales.

Ni que decir tiene que Javier Bardem disfruta en esta película del personaje que encierra más lecturas, un personaje fuerte para reír, para amar, para sentir y sufrir. Extraordinaria su interpretación. El personaje de Penélope Cruz, Laura, con su tendencia a mostrar hechos en lugar de describir sentimientos resulta una empresa muy arriesgada de la que la actriz madrileña sale victoriosa con todas las posibilidades de éxito. Perfecta. Ricardo Darín, Eduard Fernández, Iván Chavero, Bárbara Lennie, Elvira Mínguez, Ramón Barea, Inma Cuesta, Sara Sálamo, Carla Campra, Sergio Castellanos,Roger Casamajor, José Ángel Egido, Tomás del Estal, Esteban Ciudad, Nella Rojas, Jaime Lorente, Jordi Bosch y otros, cada uno de ellos compone de una fiesta de virtuosismo, de lo que puede hacer gala la película.Y si de grandes hablamos, en la música, Alberto Iglesias, Nella Rojas y Javier Limón. La fotografía, a cargo de otro grande del cine José Luis Alcaine.

Véanla.

Crítica: El viajante

Tras la satisfacción del triunfo de “Nader y Simin, una separación”, en el año 2011, y después de algún buen trabajo más, a pesar de que el resultado en taquilla no sea apoteósico debido a la escasa distribución de sus películas, el director y guionista iraní Asghar Farhadi creó algo nuevo en 2016: “El viajante”, otra de sus obras, galardonada con los premios más destacados de todo el mundo, entre ellos el Oscar a la Mejor Película No Inglesa en la edición de 2017.

Se abre la escena con el montaje de un escenario para representar “Muerte de un viajante”, de Arthur Miller, una historia dentro de la vertiente primaria y expresa del film, que narra la historia de un matrimonio de actores Emad (Shahab Hosseini), él también profesor de instituto, y Rana (Taraneh Alidoosti), muy enamorados y con idea de tener un hijo, dos, de tantos vecinos que deben dejar rápidamente su vivienda en el centro de Teherán por culpa de unos trabajos de excavaciones que se están efectuando cerca y que amenazan con el hundimiento de su edificio. Se instalan en otro lugar, gracias a un amigo del grupo teatral que le echa una mano. Una vez en la casa nueva y pensando que todo había salido muy bien, las cosas se complican. Encerrados en un suceso, insólito y desasosegante los personajes que pueblan la historia se mueven en un precario equilibrio mental.

“El viajante” tiene una mirada de consistencia impresionante sobre las ideas y la prácticas abusivas sobre la mujer. La sociedad patriarcal. La doble moral y el tema político. Una meticulosa narración de un drama familiar dotada de una sensibilidad muy actual. Asghar Farhadi se niega a recubrir con la pátina del bien el cúmulo de actos despiadados que van surgiendo del guion, como tampoco entorpece la dulzura de momentos que los personajes señalan a menudo. “El viajante” alecciona a los espectadores en la idea de Farhadi, haciendo gala de imaginación y conocimiento de la realidad. “El viajante” es una película modesta en su planteamiento, templada en su puesta en escena, limpia en su planificación y segura en su pulso narrativo. Dolorosa en el entramado complejo del guion y exclusivamente reflexiva en su resultado final.

Todo lo que digo habla sin estridencias, sin moralinas, siendo el más maduro y demoledor de los films de Asghar Farhadi: la meticulosa burocracia del derecho a ser mujer, de la obscenidad de una vida que continúa más allá de la muñeca rota, de las estrategias que se hacen para tratar lo inexplicable aunque sea una mujer la que decide, o peor aún por eso.

Una película llena de sabiduría y dolor. No es solo un discurso sobre lo innombrable, es también, por suerte para todas, una hermosa puerta abierta a la esperanza…

La música al igual que en “Nader y Simin, una separación” la pone el compositor iraní, Sattar Oraki. La fotografía corre a cargo del director de artes escénicas y dramáticas de Teherán, el profesor Hossein Jafarian. El reparto es simplemente un prodigio de inventiva, una absoluta delicia: Shahab Hosseini, Taraneh Alidoosti, Babak Karimi y Mina Sadati, en los principales papeles.

Mucho para reflexionar…

Véanla.

Crítica: Nader y Simin, una separación

CartelSegún el árbol genealógico de su propia carrera cinematográfica, Asghar Farhadi nos traslada el realismo, ese espíritu que transita en su cine y se instala cómodo en su arte, abriendo brechas con las que sacar a flote igualdad y dignidad  para todo ser humano. Es el caso de la película que ocupa la crítica de hoy “Nader y Simin, una separación”.

Nos introduce en la existencia de Simin (Leila Hatami)y Nader(Peyman Monadi), un matrimonio con una hija que decide abandonar Irán en busca de una vida mejor. Sin embargo, en el último momento él se echa atrás debido a que a su padre le han diagnosticado Alzheimer y no quiere abandonarlo. Ella pide entonces el divorcio y, al no serle concedido, se muda a vivir con sus padres. Él, que se queda con la niña, decide contratar a una mujer que le ayude a cuidar a su padre. Pero un día, al llegar a casa, encuentra algo que no le parece bien, a partir de ese momento, tanto su vida como la de su hija, se complicarán bastante.

Asghar Farhadi, con su nueva película “Nader y Simin, una separación”, organiza multitud de imágenes alrededor de unos buenos y desconocidos actores. Esta visión sumaria transmite una constatación espeluznante de las tradiciones  y costumbres de un país, chocando con otras culturas a través del conflicto de dos familias. El mapa de relaciones y sus experiencias que se unifican en el escenario la hacen merecedora de los premios recibidos (Oso de Oro en Berlín 2011) y de los que quedan por llegar.

Un rápido resumen de este film podría hacerse con una frase: cuadro animado de una vida. Lo de los cuadros nace de la forma en que el director propone explicar su historia, “Nader y Simin, una separación” está integrada por fragmentos de vivencias que comienzan con un acuerdo pero que no puedes imaginar cómo acaban.

Leila Hatami y Peyman Monadi, junto con los niños, son imprescindibles para la forma en que está tratada la historia. Esta película no es un drama en el sentido melodramático de la palabra “Nader y Simin, una separación” está sacada de historias reales sin pretender provocar la lágrima, sino mostrar vidas que son rutina en todos los días de un país deprimente.

“Nader y Simin, una separación” puede gustar a todos, pese a su larga duración y la retórica de su denuncia.

La recomiendo.

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