Crítica: Yo soy el amor (io Sono l’Amore)

Cartel“Yo soy el amor” es un retrato fiel y detallista de una clase social, estampa de hipocresía y desigualdad, dirigida por Luca Guadagnino que tras el fracaso de su primera película “Melissa P”, arriesga una segunda vez y de seguro con gran acierto.

La historia tiene como escenario principal la casa de los Recchi, esta gran mansión en Milán es un lujo, grandes habitaciones, enormes salones, galerías interminables y, lo mejor, esos jardines ahora cubiertos por la nieve que le dan a la casona una imagen aún más suntuosa. La familia dispone de una posición privilegiada, son gentes de linaje, de doble moral peligrosa y recargada, en el campo de las relaciones de familia hay un gastado estancamiento entre los que conviven. Constituyen una clase que conserva sus antiguas usanzas, rutinas, hábitos, costumbres, y entre todo esto, su estricto y riguroso ceremonial. La saga está compuesta por Edoardo Tancredi (Gabriele Ferzettiy) y su mujer Emma (Tilda Swinton), llegada de Rusia para casarse hace muchos años y plenamente integrada en la cultura milanesa. Emma es una mujer atractiva, seguramente contrariada de seguir representando el papel que ya tuvieron sus antepasadas en la casa, pero sigue ahí en su especial prolongación del hábito. Sus hijos Elisabetta, (Alba Rohrwacher), Edoardo (Flavio Parenti) y Gianluca (Mattia Zaccaro). En Villa Recchi, el proceso de entrega del negocio familiar, conlleva un afianzamiento progresivo de los papeles y cada vez es más temida por los receptores, pues son conscientes de la clase a la que corresponden, son la gran potencia industrial en textil de Lombardía, con lo que supone de responsabilidad. Pero el abuelo ha decidido delegar en sus varones. En medio de todo el contubernio familiar aparece Antonio, (Eduardo Gabbiciellini) amigo de uno de los hijos, el chico es cocinero y es ajeno a este mundo de la burguesía, es un muchacho liberal y poco amigo del compromiso, aunque esta familia por distinción y posición social tiene un halo de frialdad para dirigirse a los que no son de su estirpe, a Antonio lo reciben de perlas y sobre todo algún miembro de la familia al que parece ser que le gusta el muchacho.

Al enfrentarme con el análisis y la crítica de “Yo soy el amor”, voy a establecer una distinción entre la realización (material) y la reconstrucción del texto. Mirando detenidamente, mucho tenemos que decir de la exhibición de este film, sincrético y tradicional, es fiel recordándonos algún maestro del cine italiano de los 70, pero a la vez es particular y característica su forma delimitar, por ejemplo, la realidad práctica y lo que no existe físicamente. Luca Guadagnino compone una obra atinada,  edificada sobre un lenguaje de silencios, de diálogos contenidos, su técnica de la cámara paseada de plano a plano, los encuadres fuera de argumento que desde el momento de su introducción en la escena ya son parte del contexto, la destreza de la fotografía puntualmente perfecta también sobresale, pero, además el meritorio ritmo narrativo que hace honor a un guion bien construido. La música subraya (quizás con demasiado énfasis) algunos puntos del metraje y los actores son muy oportunos y creíbles, destaco sobre todos ellos a Tilda Swinton, enorme en su papel, y para mí, dándole al personaje un toque almodovariano, elegante, excesiva, segura. Bella.

En cuanto a analizar las vidas que nos presenta Luca Guadagnino en “Yo soy amor”, todas juntas son un manojo de sentimientos reprimidos, de sueños frustrados, de apariencia cotidiana, un examen detallado de personajes que permite ver en cada uno de ellos diferentes aspectos de un mismo todo. La madre, Emma, la señora de intachable moral, arrastrada por la pasión, deja de ser el adorno ornamental de su divina casa; la hija sale de la doblez de lo cotidiano caminando hacia la decadencia de su estatus pero acariciando la realidad de sus sentimientos; los hijos, el abuelo, la abuela, incluso la multitud de criados que los asisten con arresto servil, todos se miran en un espejo de estirpe debilitada.

“Yo soy el amor” es ante todo la crónica de la destrucción de ideales de falsa talla moral, desde el escepticismo que permite la distancia de la clase y de los verigüetos de la trama, debo decir que el film engancha y merece respeto.

 

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