En las mañanas, se observa un mundo en el que habitan infinidad de confluencias. Pájaros, cigarras, grillos, aves de corral, y todos ellos, con su más agudo canto. La tarde se torna calurosa, sin embargo, el transparente arroyo que llena la piscina, hace que el fragor del verano, sea deliciosamente leve. No aguardamos a que la noche llegue…, entre distintos altibajos, con una gama de colores que va del amarillo al gris pasando por el rojizo, ella llega, tibia al principio, y poco a poco se va trasformando en un tono frío que hace que el cuerpo necesite echarse algo de abrigo. Los coloquios de la madrugada, con familia o amigos, exquisitos, cordiales e inolvidables, por todo ello. Las madrugadas cortas, por el deseo de que pronto amanezca para que se vuelva a repetir el ciclo. Allí me retiro quince días, pasaran rápido.
En septiembre, aquí de nuevo, felices y encantados.
En esta nueva crítica quiero avisar de que poca comedia van a encontrar los que vayan al cine esperando reír con la nueva película de Jim Carrey, “Phillip Morris, ¡te quiero¡”, un actor que en muchas ocasiones nos ha llevado a la carcajada pero que, debido a su gran polaridad de registros, sabe bien como realizar un personaje dramático, y lo ha sabido demostrar. El nuevo trabajo, que hace para los directores Glenn Ficarra y John Regua, (ellos también son los autores del guión, en ésta su primera película) Carrey nos hace admirar una vez más su interpretación. Este estupendo actor encarna con sorprendente acierto a un personaje provocador, trágico, violento, dulce…
No, no es un hombre convencional, cualquiera puede comprobarlo a la primera mirada, pero no es su forma de vestir lo que le delata, Steven Russell (Jim Carrey) va mejor vestido y más masculino que cualquiera de sus colegas y vecinos, trajes impecables, zapatos cómodos de llevar, corbatas,… no, no es su vestimenta, lo que lo delata, es el modo de llevarla, no está cómodo, no se encuentra a sí mismo, hay algo más, su despreocupación habitual. Steven es un individuo de rostro delgado y triangular, ojos grises de expresión grave, pelo moreno, su boca ancha y sus labios finos, tal vez sean sus ojos generalmente llenos de una alegre burla, que pueden cambiar en segundos y pasar de la sonrisa a la sorna. Toda su vida giraba en torno a la cobardía. Era muy pequeño cuando su madre lo abandonó. A su madre adoptiva no la apreciaba nada. Superó todas las trabas, y ya mayor se casó, después, fue padre, siempre procuró llevar una vida saludable, trabajó de policía con toda la dedicación necesaria. Ahora tras un accidente de tráfico, algo le hace ver que tiene que hablar, que tiene que decir la verdad escondida tanto tiempo, que tiene que salir del armario, que ser homosexual no es un delito. Steven va a empezar una vida nueva, quizás menos cómoda y más arriesgada pero más digna consigo mismo, y quizás también, el amor, el verdadero amor, un amor sin falsedad llegue a su vapuleada vida.
Desde donde la miremos, «Phillip Morris, ¡ te quiero¡” es un drama, historia bien contada, basada en la realidad, relato de personas que esconden una parte muy importante de su yo por culpa de su tendencia sexual. Esta película por momentos nos hace recordar a Tom Hanks y a Antonio Banderas en “Filadelfia” y, en algunas escenas también se recuerda el “Beso de la mujer araña”, en todas ellas los personajes tienen que luchar duro por sacar adelante esta casi prohibida parte de su vida.
Uno de los aspectos a reseñar es su banda sonora, con temas pegadizos y sentimentales que hacen que el dramatismo de la narración llegue al espectador con más fuerza. La música la pone Nick Urata.
La fotografía excelente, del director de fotografía Xavier Pérez Grobet.
Esta historia trágica, es entretenida, a veces inquietante, con alguna escena un poco fuerte y algún toque de mal gusto, pero en su mayoría llena de ternura, inocencia, desesperación.
El reparto bien elegido, Jim Carrey, fenomenal, Ewan McGregor, con un papel bonito, -este hombre siempre borda lo que hace-, Leslie Mann, Rodrigo Santoro, Nicolas Alexander y Michael Beasley, todos aceptables.
Película que de nuevo pone en tela de juicio el sistema judicial y penal americano.
“Mama está en la peluquería” es una obra canadiense escrita por Isabelle Herbert y dirigida por Lea Pool, directora de cine nacida en Ginebra y residente en Canadá. Esta cineasta siempre nos hace contemplar películas prodigiosas en cuanto a sutileza y a su agradable cohesión de conjunto, ésta, cuya crítica y análisis nos ocupa, es una muestra más de su forma de hacer cine
Elice pasea con sus amigos por el bosque, un lugar en el que haces de luz vibrante de briznas doradas, atraviesan el templo de espesura veraniega, más allá y más cerca, cimbreantes flores de diversos colores se lanzan a recoger el elixir de los delicados pimpollos de una masa de campanillas que cuelgan como un manto difuminado. Elice, sus hermanos y un grupo de chicos de las casas vecinas, realizan diferentes actividades: baños en el río, paseos en bicicleta y alguna travesura propia de su edad y de los días divertidos de vacaciones. Estamos a mediados de los años sesenta y, hace unos días, Elice regresaba del colegio feliz en su último día escolar, pasadas dos semanas, todo fue distinto, su madre se marchó de casa, convirtiendo unas prometedoras vacaciones en un infierno de desilusión, dejó a todos rotos de dolor, la situación en que se sumieron, su padre y sus hermanos, le duele más que la suya propia. Ahora ella, una niña de once años, no puede esperar instrucciones de su padre, su pobre padre no sólo está hecho polvo por la ausencia de la esposa sino que además la situación de ver a sus hijos psicológicamente perdidos lo tiene al margen de llevar adelante una familia. Sus hermanos, Coco y Benoit, necesitan a alguien que sustituya los cuidados de una madre y ese alguien va a ser ella, Elice. Sus amigos serán una escolta que la guiarán, para atravesar una situación que es una inmensa exposición de sudarios.
Lea Pool y su cine de corte costumbrista, un cine que te involucra en la historia, en el tiempo y en el mensaje, te contagia de su alegría, de su tristeza o su gravedad. Para mí, lo más destacable de esta directora es la construcción de personajes, pretendiendo en todo momento destacar a través de ellos, los personajes, su arte en la narración, utilizándoles como vehículos para conseguirlo.
En su línea, como cada vez que asoma a las pantallas, Pool, en esta ocasión, cuenta con un guión hinchado de sentimentalismo, pero no por eso la película resulta incómoda, “Mama esta en la peluquería”, tiene una gran belleza plástico- estética, contiene una enorme serenidad en el tono y timbre narrativo y, todo ello, nos lo sirve envuelto en melodías sesenteras que adornan el recorrido de cada fotograma.
Un viaje entorno a los hijos abandonados hacia un futuro incierto, drama que seduce desde la sobriedad expositiva y que hace una llamada a los padres sobre los traumas que este problema crea.
Los actores tienen con esta película una buena ocasión para que su representación sea lucida, destaco entre otros a, Celine Bonnier, Laurent Lucas, Gabriel Arcand, Hugo St– Onge-Paquin y, sobre todos ellos, a Marianne Fortier, que hace un papel totalmente entrañable y delicado, dando vida a esta niña cautivadora.
Pixar da la mano en esta ocasión a Lee Vukrich, para sacar a los cines una nueva entrega de los juguetes más dinámicos del celuloide. «Toy Story 3» la nueva película de esta factoría, como sus antecesoras, nos entretiene, divierte, e incluso nos emociona, historia que no se resiste al análisis, tiene todos los ingredientes de una buena película de animación.
La nueva historia de los muñecos comienza así: El miedo. El primer sentimiento que se había apoderado de Woody El Vaquero, Buzz Lightyear, Jessie, Bullseye, Rex, los marcianitos, el matrimonio potado y algunos más del grupo de juguetes, era un miedo sofocante habían sentido la necesidad de esconderse, con las manos aferradas a la caja donde iban a ser transportados. Woody, pensaba desde hacia horas. Antes de abandonar la casa, habían de resumir sus vivencias para nunca olvidarlas, las últimas noticias que le habían llegado eran horribles y les habían impactado. Tenían que averiguar una pista sobre su destino, en el transcurso de los días habían asumido el hecho de que Andy se incorporaba a la universidad, tras comentarios escuchados parecía ser que la mamá de Andy y Molly quería donarlos a Sunnyside, eso a ellos les sonaba a prisión de juguetes, aunque estarían con niños, jugarían mucho, pero es una guardería, quizás esos niños pequeños no los trataran bien, claro que eso es mejor que estar en el desván de una casa… Aun así estaban muy preocupados.
¿Donde viajarán estos traviesos juguetes? Para descubrirlo hay que ver la película.
«Toy Story 3» es un retrato de amistad y lealtad, reseña también el miedo a tener de empezar de nuevo con amigos que aún no conoces, el miedo a un incierto futuro, a lo desconocido, todo ello plasmado con profundidad y entusiasmo, su realizador ha sabido cómo dar sentimiento humano a unos pequeños juguetes, sacando una gran aventura de miniaturas, que nos regala un rato de efectivo entretenimiento, que termina felizmente y el amor, bienestar y amistad triunfan más allá de lo que los personajes minúsculos imaginan. Una película muy válida para el público infantil al cual está dirigida, yo, que pasé a la sala de proyección con entusiasmo, siento que no he crecido al verla. Es una cinta de aventuras con algún punto de humor, ágil, jovial, divertida, tiene una tremenda factura técnica, dinamismo en la animación, las texturas de los detalles gráficos con esos colores tan variados son excelentes, el trabajo desde lo digital es fenomenal.
Resumiendo, una agradable y cuidada producción gráfica: vacaciones, papás, niños, cine, diversión. Hasta el infinito y más allá.
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